Cultura

La culebra y el café

La culebra y el café
La culebra y el café: Regina González Zendejas

“Esta es mi historia… 

Soy una culebra que creció en un cerro rodeada de bosque, ríos, neblina y en el horizonte dos montañas llenas de vida. Yo soy muy vieja, lo que me ha permitido ver un montón de cosas.  Yo soy una culebra que se extiende por la humedad del suelo. 

Espero no me tengas miedo. 

Es curioso porque antes las personas que solían vivir por acá, hace muchos años, me querían y reconocían mi trabajo. En serio, aunque no lo creas, todos los días trabajo. Yo me encargo de darle vida al suelo y hacerlo florecer para que las plantas crezcan. Además, tengo un don, puedo traer a mi amigo el Sol, pero ese es un secreto mío y ahora tuyo.

Sin embargo, un día, unos hombres de un mundo lejano, distintos a los que vivían aquí, vinieron para quedarse. Trajeron con ellos una planta que se llama café, con sus frutos los humanos hacen una bebida mágica que les da energía y buen humor. Yo me tuve que esconder porque esas nuevas personas no entendían mi importancia. Desde su llegada, yo era vista como una mala criatura, me relacionaban con la tentación y el peligro, así que yo seguí trabajando en la tierra, solo que ahora oculta.

No me importó que ya no me quisieran, siempre y cuando cuidaran del bosque y así lo hicieron por un buen tiempo. El café que trajeron los hombres del mundo lejano lo colocaron en las entrañas del bosque, quien lo recibió como un viejo amigo. 

El bosque, el café y yo compartíamos el agua y el suelo. El bosque arropaba al café con su manto de sombra, lo que hacía que el café creciera fuerte y diera buenos frutos.

Los hombres disfrutaban mucho del café porque podían beber su rico poder pero también porque podían venderlo y con ello ganar dinero que les permite comprar cosas. 

El bosque y el café crearon juntos algo que se llama “la finca”. Yo ayudaba en las fincas, mandaba el sol cuando lo necesitaban y removía la tierra para que las raíces de los árboles y del café pudieran estirarse libremente.

Pero pasaron los años y esos hombres tuvieron hijos. Sus hijos tuvieron más hijos y  con el paso del tiempo a los habitantes les entró un sentimiento de avaricia. Deseaban tener más dinero para comprar más cosas y también ahora les parecía aburrido ir a jugar al río y contemplar las fincas. Se dieron cuenta que si construían casas y centros comerciales ganarían más dinero y así lo hicieron.

Poco a poco fueron matando las fincas para construir ciudades de asfalto. Yo, junto con muchos otros animales y plantas perdimos nuestro hogar, pero lo que los humanos no sabían es que ellos también estaban perdiendo.

Perdieron su bebida favorita que les daba energía porque ya no había donde cultivar el café, perdieron el agua de los ríos del bosque, alimentos deliciosos que se encontraban en las fincas y la temperatura fresca y neblinosa. 

Ahora solo hay cemento, calor, mucho calor y mal humor. Algunos humanos se dieron cuenta de la atrocidad que habían hecho pero todo estaba acabado.

Ahora yo me encuentro vagando por otras tierras, tuve que huir de las elevadas temperaturas y del asfalto, pero sigo esperando que en algún momento, tal vez, pueda volver a ver esas fincas, sentir esa fresca y húmeda neblina y hacer florecer de nuevo las entrañas de esa tierra.

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